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domingo, 18 de mayo de 2014

Tacto

He pensado someter el tacto a lo sagrado, cualificar el toque y reemplazar nuevamente su valor hacia lo fundamental. Tengo kilómetros de piel que he recorrido, ejércitos de músculos y fascia que han cedido ante mis presiones, pases, roces, tracciones y demás mecánicas de la masa de carne y alma. Por esto, se que el camino de los cuerpos es de valor y contenido espiritual , cuya subjetividad es la medida de la transformación.

Si sé algo de la naturaleza y el misterio de la vida, la muerte y sus secretos, es por que he dialogado con las claves herméticas que almacenan las coyunturas y emergencias de la superficie anatómica, por que al notar las diferencias en el cuerpo, he estado notando las diferencias en la psique y derivados.

Por esto, la importancia substancial del saber tocar, por que uno de los secretos que las pieles humanas me cuentan, es que tienen memoria del toque. Que recuerdan las intensidades de la vida desde el placer y el dolor que registran las capas sensibles de nuestra superficie.

Una de las búsquedas más desesperadas, ha sido la búsqueda de la alodinia, pretendiendo etiquetar a la dicha y la felicidad con la ausencia del dolor. Y si, en partes la anestesia es una posibilidad. La posibilidad de perderme toda la experiencia, de conjugar la humanidad con la insensibilidad. 

Pero regresando al tacto, concedo la importancia definitiva en las expresiones de afecto que una caricia sostiene, el valor inigualable de un roce cariñoso o una palmada impresa en la voluntad caída. La libertad inspirada en la prisión transitoria de un abrazo y todas aquellas maneras en las que el cuerpo sin dubitar manifiesta esta necesidad neurologica, el imperativo fisiológico en cuyas sinapsis se almacena un principo fundamental del desarrollo de nuestras complejidades. 

El toque y el tocar son fundamentales, no sólo bajo el ojo técnico de la fisiología, si no también bajo el subjetivo ensayo de la cotidiana experiencia. Por esto insisto en que el tocar deje de ser un complejo, más al contrario, es una posibilidad de desarrollo, de aprendizaje con contenido que requiere entrenamiento y sensibilidad, que puede hacerse despejando la mente y cualificando la sensorialidad.

He tocado mucha piel, y he aprendido mucho, se bastante de coyunturas, piel y faneras y he repetido tantas veces que la piel es importante no para separar, si no para entender de una vez que nuestras superficies no son fronteras, más al contrario, son la oportunidad abierta y constante para conectarnos, para aprender de nosotros mirándonos en los espejos corporales, o mejor dicho aprendo de mi humanidad tocando la profundidad de tanto humano que lo requiere.

Si, he recorrido mucha topografía de cuerpos, con anatomía común y detalles siempre únicos e inigualables, he aprendido así de mi y de las complejas redes de mi especie. 

He trascendido lo aparentemente no trascendible y me he concentrado y abstraído en las respuestas del toque, hallando muchas que enriquecen la práctica de lo numioso, aquella que es suprema y abre los portales de lo cotidiano a una existencia de profundo contenido.

Por esto el tocar y el toque, que no es sólo un acercamiento de materia y masa con peso talla y volumen, si no de seres pensantes y sintientes que evocan un muy viejo y antiguo rito de la relación.